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Textos selectos sobre el sentido de la consagración y las distintas Consagraciones realizadas en Argentina
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La Argentina Consagrada

Consagrar una familia, una comunidad, un país, es algo trascendente, de mucha importancia, porque se trata de una entrega especial a Dios. Esto se ha hecho en numerosas naciones católicas, siempre como ofrenda al Señor o a la Virgen Santísima. En la Argentina tuvimos varias, la primera a Jesús en el Santísimo Sacramento, realizada por el Presidente Agustín P. Justo en el memorable Congreso Eucarístico Internacional de 1934. La segunda fue al Sacratísimo Corazón de Jesús, en 1945, siguiendo el ejemplo del Papa León XIII que había consagrado el mundo a Él. La tercera al Inmaculado Corazón de María, según el pedido que nos llegara desde el Cielo en Fátima: “Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado”. Esa Consagración fue reiterada en 1969 y en el Jubileo del 2000. Y por fin, Juan Pablo II consagró la Argentina a la Virgen de Luján, en su visita de 1987.

Lamentablemente, estos hechos no se recuerdan, muchos compatriotas ni siquiera los conocen, porque no se habla de ellos. Algo sumamente grave y lamentable que tiene que ver con la terrible crisis moral que estamos viviendo. Se desconocen los textos, las crónicas y hasta las fechas. Por ese motivo los transcribimos aquí a fin de que quienes quieran hablar o predicar sobre ellos, o transcribir algún párrafo lo puedan hacer, algo que redundará en bien de muchos y de la Patria toda.
En cuanto a la primera, hecha al Señor Sacramentado, nos remitimos a la crónica del Congreso Eucarístico del 34 para valorar la magnitud que tuvo. La misma se encuentra en el libro “Dios de los Corazones -Evocación y Crónica retrospectiva del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires de 1934”
Agregamos, en dos de ellas, las alocuciones que hiciera el Papa Pío XII en esas solemnísimas ocasiones. Se trata de la Consagración realizada al Sacratísimo Corazón de Jesús y la que se ofreció al Inmaculado Corazón de María.


Consagración de la Argentina
al Señor Sacramentado

Realizada en Palermo, ante el Señor expuesto
en el altar de la Cruz Monumental
del Congreso Eucarístico, el 14 de octubre de 1934.

Fue el Presidente Agustín P. Justo, quien, en el momento culminante del memorable Congreso Eucarístico Internacional de 1934, ante el Legado Papal, Cardenales, todos los obispos argentinos y visitantes, y una multitud de dos millones de personas, en Palermo, convertido en esa ocasión en un gran templo hacia el que se dirigieron las oraciones de toda la Iglesia, nos consagró al Señor Sacramentado con palabras que trasuntaban humidad y fervor:

“…Escuchad, Señor, la plegaria que os eleva uno de vuestros hijos más humildes, colocado por sus conciudadanos a su frente para regir sus destinos en un instante del eterno rodar de los mundos creados por vuestra divina voluntad. Se os acerca a la cabeza de aquellos,  sus hermanos, que habitan esta magnífica heredad que disteis a los argentinos; él, que ya os invocó en el juramento que prestó de servir leal y fielmente a su pueblo, viene ahora, en compañía de éste, a rendiros público, sincero, solemne testimonio de su gratitud, de su fe y de su amor.
…Jesús, Redentor nuestro, Señor Todopoderoso: Haced que sobre el pueblo argentino descienda la paz, que ella reine en el espíritu de todos sus hijos, en sus hogares, en la Nación entera, en la América, que reservasteis para la fe; en la humanidad toda, que tanto la necesita, que tanto sufre y llora por haber abandonado vuestra divina senda.
Señor Sacramentado: los católicos nos consagramos a Vos.
Señor: bendecid a todos; bendecid a nuestra patria; protegedla Señor!”


Consagración de la Argentina
al Sacratísimo Corazón de Jesús

Realizada en Buenos Aires, ante el altar levantado
en las escalinatas del Congreso Nacional,
el 28 de octubre de 1945,
El acto fue acompañado desde todo el país.


Acompañado desde todos los templos del territorio nacional, el Episcopado Argentino consagró nuestra Patria al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del Centenario del Apostolado de la Oración. La ceremonia se realizó ante el altar levantado en  el edificio del Congreso Nacional, celebrando la Misa el Arzobispo de Córdoba, Monseñor Fermín Lafitte. La oración de Consagración, que fue leída por el Cardenal Santiago Luis Copello en nombre del Episcopado Nacional. expresaba amor, gratitud y contrición al Señor:


“Corazón Sacratísimo de Jesús, Verbo eterno, hecho hombre, que con el Padre y el Espíritu Santo nos has creado y que en las alturas del Calvario con tu pasión y muerte nos has redimido, siendo así doblemente Señor Nuestro, los Pastores de esta tu Nación privilegiada, juntamente con todo su pueblo, están postrados ante la Hostia sacrosanta en la que palpita real y verdaderamente tu divino Corazón.
Desde las ciudades populosas y desde los pequeños poblados de nuestra Patria, desde sus amplias llanuras y desde sus altas montañas, desde los hogares modestos y desde las suntuosas moradas, nos hemos congregado a millares junto a vos, con fe,
con gratitud y con amor.
La Fe católica que nos ha traído hasta aquí y que nos infundiste en el Bautismo, es la fe de nuestros próceres, de nuestras madres, de nuestros estadistas, que en el preámbulo de la Constitución te proclamaron fuente de toda razón y justicia.
Nuestra gratitud profunda tiene origen en la inmensa caridad con que nos amaste desde toda la eternidad en el seno de la Trinidad Beatísima, y que se manifiesta en Belén al nacer, en la cruz al morir, en el Sagrario al quedarte en medio de nosotros, en los beneficios sin cuento que has derramado sobre nuestra Nación, que confesamos no merecer, y que, por lo mismo, comprometen en mayor grado nuestro agradecimiento.
¿Cómo podríamos afirmar que agradecemos tus innumerables dones, si la llama del amor hacia vos no abrasa a nuestro pobre corazón?
Con estos sentimientos, humildemente contritos de nuestras faltas, como manifestación externa de nuestro acendrado amor, accediendo a tus más vivos anhelos, hoy estamos ante Tu presencia para suplicarte que te dignes aceptar nuestra consagración irrevocable y la de nuestra Patria a tu Divino Corazón.
Corazón Sacratísimo de Jesús: los Obispos y el Clero nos consagramos a vos. Haz que los Pastores al apacentar tu grey seamos sucesores dignos de los Apóstoles y que los Sacerdotes con la palabra y el ejemplo, manifiesten que son otros Cristos.
Corazón Sacratísimo de Jesús: te consagramos nuestras Diócesis y nuestras Parroquias para que sean pregoneras celosas de tu Evangelio, y canales copiosos de tu gracia transmitida por los Sacramentos.
Corazón Sacratísimo de Jesús: te consagramos los Institutos religiosos: para que florezca siempre en ellos tu espíritu, y las asociaciones de piedad, de apostolado, de cultura y caridad, para que sean infatigables con la plegaria y la acción en dilatar tu reinado en medio de los hombres.
Corazón sacratísimo de Jesús: te consagramos los hogares para que en ellos reine siempre la dulce paz de tu hogar de Nazaret, te consagramos los padres y las madres para que los ayudes a practicar los ejemplos de tu Madre María Santísima y de tu padre adoptivo San José; te consagramos los niños para que sean cual Tú eras en esa edad feliz; te consagramos los jóvenes para que dediquen la lozanía de la vida a la adquisición de sólidas virtudes, al estudio y al trabajo que los capacitará para ser ciudadanos probos y eficientes; te consagramos los ancianos para que los reconfortes hasta los instantes postreros de su vida.
Corazón Sacratísimo de Jesús: los que tenemos la dicha de habitar este suelo que miras con bondadosa predilección, al consagrarnos a vos para siempre recogiendo el clamor que brota incontenible del pecho de sus habitantes, te consagramos nuestra Patria, heredad bendita que recibimos de nuestros mayores para que sea como ellos la idearon: hija de tu Evangelio, hogar venturoso de paz y de concordia, morada feliz de hombres cultos, buenos y laboriosos al influjo de tus más selectas bendiciones, que imploramos.
Antes de terminar permítenos que, recordándote tu promesa, te supliquemos inscribas nuestros nombres en tu Sagrado Corazón y que durante nuestra vida no permitas que jamás nos separemos de vos, para que por toda la eternidad podamos participar de tu gloria, Señor Jesús, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea”.

Palabras del Papa Pío XII

Cumplida la Consagración, se escuchó el radiomensaje del Papa Pío XII:

“Amadísimos hijos de la República Argentina, que reunidos en la espléndida Buenos A Aires conmemoráis el centenario del Apostolado de la Oración y la Consagración de vuestra Patria al Sagrado Corazón de Jesús:
Muchas veces , por amable disposición de la divina Providencia, os hemos dirigido nuestra palabra, unas de cerca, en ocasión inolvidable, y otras de lejos, por medio de las ondas peregrinas. Comprenderéis , pues, que nuestra alegría suba de punto al hacerlo ahora, cuando a las imponentes manifestaciones de vuestra fe y de vuestro amor al Santísimo Sacramento del altar añadís dignamente el acto magnífico de hoy: Día grande y santo:
Dies haec sanctificatus, est Domino Deo nostro.
Más de una vez hemos tenido ocasión de recordar el centenario de esta dilecta y aguerrida milicia de la gloria de Dios que es el Apostolado de la Oración. Pero jamás como en el caso vuestro hemos  visto cristalizado ante nuestros ojos el recuerdo de fruto más generoso y más grande.
La República Argentina, la gran nación americana, el país de los grandes triunfos eucarísticos, está ya, para siempre, consagrada al Corazón del Hijo de Dios. Y notad, además, qué providencial coincidencia, precisamente en la Solemnidad de Cristo Rey, recordando el Congreso de 1934, cuando, al clausurar aquellas incomparables manifestaciones de piedad eucarística, que Dios quiso hacernos gustar con vosotros, nuestras últimas palabras fueron precisamente para cantar la Realeza de Cristo: “Aceptará, terminábamos diciendo, nuestras súplicas, nuestros clamores y reinará en todas las almas y su reino no tendrá fin. Y hoy lo que estáis haciendo no es más que realizar definitivamente vuestra determinación de hacer reinar a Jesucristo, a su Ley y a su amor en medio de vuestro pueblo. Porque una nación consagrada al Corazón Divino no es, ni más ni menos, que un pueblo ansioso de que el amor de Jesucristo reine en él y resuelto a llevar a la práctica este deseo.
El foso que va dividiendo el mundo en dos partes, cada día se hace más ancho y profundo. El ardor en unos  de amor, y en otros del odio, al crecer continuamente se separa cada vez con más vigor de la  tibieza de las zonas intermedias. Del lado de allá, os que niegan a Dios, los que propugnan la lucha entre los hombre, los que nunca se sacian de grandeza y de dominio, os que quieren enciende en todas partes el fuego del odio y de la destrucción. Del de acá, los que acatan la santa ley divina, los que anhelan vivir de caridad, los que hacen sitio en su corazón para todos los pueblos de la tierra , los que ansían llevar a todas partes el Evangelio del amor. Allí, los que siempre han de buscar más, porque no                                    porque no esperan más bienes que los de la tierra; Aquí los que pronto se contentan, porque buscan las cosas de acá abajo solamente como escalera para el cielo.
Vosotros, nuestros hijos de la República Argentina, habéis escrito toda vuestra historia, bajo el signo de Jesucristo.
Pero hoy , en esta hora solemne,  siguiendo principalmente el ejemplo de tantas naciones, vuestras hermanas de lengua y de sangre y de la misma gran madre de la hispanidad habéis decidido saltar a la vanguardia,  al puesto de los que no se contentan con menos que con ofrecerlo todo,
“Cuida tú de mi honra y de mis cosas, dijo un día nuestro Señor a uno de sus confidentes,                                                                 expresando el ideal de la Consagración, que mi Corazón cuidarás de ti y de las tuyas”.
Hasta ayer, pues, podía decirse que erais todavía vuestros y que hoy sois de una manera especial de Jesucristo.
Hasta ayer, disponías de vuestra actividad, de  vuestra libertad, de vuestras potencias, y de vuestros bienes exteriores, de vuestro cuerpo y de vuestra alma. Desde hoy, todo eso lo habéis ofrecido al Divino  Corazón , que quiere establecer su reino de amor en todos los corazones y destruir y arruinar el de satanás. Pero, en cambio, desde ahora, cosa en realidad maravillosa, vuestras empresas, lo mismo que vuestros intereses, vuestras intenciones, lo mismo que vuestros propósitos, los tomas Él como suyos, y vosotros, saboreando por anticipado dones que son el Cielo si os abandonáis totalmente a Él y a su suavísimo imperio, podréis gozar del paraíso de paz, que para todo lo demás deja indiferente, porque todo en su comparación parece cosa despreciable.
El paso,  ¡oh católicos argentinos! El gran paso está dado. Ahí estáis presentes los afortunados testigos y  actores el histórico acontecimiento. Ahí está a vuestra cabeza, vuestro venerable  episcopado, para hacer comprender que la Consagración es un acto oficial de la Iglesia. Ahí acaba de resonar una parte la voz autorizada  de vuestro dignísimo Cardenal Primado, intérprete otra vez del más profundo sentimiento del alma  nacional argentina. No hace más de quince días que ofrecisteis entre el altar del Corazón
Divino vuestros niños, capullos que mañana serán flores. El domingo pasado consagrasteis ante el mismo trono a vuestras familias, sólido cimiento de todo edificio social, y hoy toda la nación, puesta de rodillas, en esta hora tenebrosa de la historia del mundo, cuando queríamos alegrarnos por la tormenta que acabamos de pasar, pero no podemos acabar de hacerlo hasta ve despuntar generosa, franca, y sincera, la bonanza,                                                                   hoy consagráis al  Corazón Sacratísimo de Jesús vuestra Patria, tan rica de realidades como de promesas, para honra de quien es digno de todo honor, para impetrar el don precioso y difícil de la paz, y para conseguir la unión fraternal de todos los pueblos.
El gran paso está dado. Queda solamente ser fieles al pacto establecido: Que si vosotros, en la integridad de la vida cristiana, en el ejercicio de la mutua caridad, y en la sumisión             y amor a la Iglesia, vivís sincérame vuestra consagración, Aquél que por nadie se deja vencer en generosidad, sabrá haceros dignos y grandes ante Dios y ante los hombres.
El alma de una nación consagrada al Corazón de Jesús debe ser como un holocausto perfecto, colocado sobre un ara. Sean hoy nuestras manos ungidas de Sumo sacerdote las que presenten esta víctima y se extiendan luego en oración fervorosa.
Recibe, oh dulcísimo Corazón, esta hostia que hoy te ofrecemos y que el aroma de su sacrificio haga volver propicio tus ojos sobre todos y cada uno de los hijos de este pueblo.                                        Haz que las llamas que brotan de tu herida penetren en todos sus corazones, las enciendan y les abracen de tal manera que desde hoy ya para siempre, solamente en Ti encuentren sus delicias, en tu servicio consuman toda su vida, y un día, entre los esplendores de tu gloria, reciban el premio que reservas a tus escogidos.
Como prenda de tales gracias os damos hoy, con más afecto que nunca, nuestra Apostólica Bendición a todos vosotros, hermanos nuestros en el episcopado, que tenéis a vuestro cargo tantas almas y tantos intereses divinos; a vuestro Apostolado de la Oración, que con tal admirable celo  ha sabido organizar tan brillantes ceremonias, y a todo el amadísimo clero y pueblo argentino, predilecto siempre de nuestro corazón de Pastor.
                                                                                                                         


Consagración de la Argentina
al Inmaculado Corazón de María

Realizada en Luján, en la culminación del
Primer Congreso Mariano Nacional
el 12 de octubre de 1947.


Dos años después, 12 de octubre de 1947, según el mandato divino hecho en Fátima y alentados por los ejemplos del Papa Pío XII, tuvo lugar la Consagración de la Argentina al Inmaculado Corazón de María. Fue en Luján, en la clausura del Primer Congreso Mariano Nacional, y, como la anterior, fue leída por el Cardenal Santiago Luis Copello, Arzobispo de Buenos Aires, en nombre del todo el Episcopado, invistiendo también el carácter de Legado Papal a dicho Congreso. El texto de la Consagración expresa:

“ Santísima Virgen María: Poco antes de expirar en el madero de la Cruz, para nuestra redención, vuestro Hijo Divino Jesucristo os pidió que fuerais la Madre de todos los mortales a través de las edades.
Postrados ante tus plantas maternales estamos vuestros hijos de la República Argentina, para manifestaros, más que con los labios, con el corazón, los sentimientos de nuestras alma.
Hija predilecta del Padre, esposa amantísima del Espíritu Santo , sois la Madre verdadera del Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, lo que constituye el origen de todas las gracias y dones con que os enriqueció el Altísimo.
No sabiendo cómo expresar nuestra íntima satisfacción por  privilegio tan grande, os pedimos que nos permitáis manifestarla con vuestras mismas palabras: “Magnificat ánima mea Dominum”, “mi alma glorifica al Señor”
La maternidad que os encomendó en el Calvario vuestro Hijo Jesucristo, la habéis desempeñado como sólo la Madre de Dios podía desempeñarla.
 Mediadora ante el Mediador Supremo os somos deudores de la fe católica, de la gracia y del cúmulo de mercedes que nos habéis otorgado durante el curso de nuestra vida, que serán coronadas, os lo suplicamos confiadamente, con la perseverancia final, que nos abra las puertas de la eternidad feliz.
 Madre venerada, dignaos aceptar nuestro agradecimiento humilde por este raudal de beneficios que nos habéis obtenido. Madre de Dios y Madre nuestra amantísima, permitidnos, que aunque indignos, ante la Imagen de Nuestra Señora de Luján, nos consagremos a Vos, a vuestro Inmaculado Corazón.
Los Cardenales, Arzobispos y Obispos, el Clero de la Nación Argentina nos consagramos a Vos para que podamos realizar siempre los designios amorosos de Jesucristo al elegirnos como ministros suyos.
Os consagramos la Acción Católica y demás asociaciones religiosas que anhelan recibir de vuestro maternal Corazón las gracias necesarias para santificarse y santificar a los demás.
Os consagramos los hogares y los fieles para que derraméis sobre ellos los dones sobrenaturales a fin de que cumplan fielmente los Mandamientos de la Ley de Dios y los preceptos de la Iglesia; y las bendiciones que necesitan para su felicidad temporal, el reinado de la concordia y la paz prometidas a los hombres de buena voluntad.
Os consagramos nuestras Parroquias, los institutos religiosos y toda la Argentina. Con súplica ferviente os decimos: “Monstra Te ese Matrem”. Muestra que eres Madre nuestra, y os rogamos nos deis asilo en Vuestro Purísimo Corazón, para que podamos ser siempre vuestros hijos.
Corazón acongojado de María, os consagramos a todos los que sufren, los que padecen dolores morales, los enfermos y los pobres; por los dolores y angustias de vuestro maternal Corazón, consoladlos y ayudadlos.
Dignaos aceptar también las plegarias que os dirigimos por nuestros hermanos que carecen de fe, los que se han apartado del redil de la Iglesia, que han abandonado las prácticas de la Religión Católica, que yacen en las tinieblas del error y de la culpa: Haced, Virgen Santísima, que tengan la dicha de reconciliarse con Dios y de volver pronto a la casa paterna donde el Vicario de Cristo los aguarda para que no haya en el mundo más que una sola grey y un solo Pastor.
Purísimo Corazón de María, permitidnos que terminemos ésta, nuestra consagración irrevocable, pidiéndoos tengáis de la bondad de presentar a Vuestro Divino Hijo el ruego que le hicimos al consagrarnos  a Él: “Recordando vuestra promesa, os suplicamos que inscribáis nuestros nombres en Vuestro Sagrado Corazón, que durante nuestra vida no permitáis que jamás nos separemos de Vos, para que por toda la eternidad podamos participar de vuestra gloria, Señor Jesús, que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.”

Mensaje del Papa Pío XII

Posteriormente, como cuando se realizó la Consagración al Sacratísimo Corazón de Jesús, el Sumo Pontífice Pío XII clausuró las ceremonias con un mensaje radiofónico, e impartió la Bendición Apostólica.


“Venerables hermanos y amados hijos, congresistas marianos en Luján:
Era el día 15 de octubre del año 1934. Vibraban todavía en el aire los gritos de júbilo y los cantos entusiastas de las imponentes solemnidades de la víspera. Latían fuerte aún los corazones, acelerados por el fervor; se aglutinaban en nuestra retinas las recentísimas imágenes de aquel XXXII Congreso Eucarístico Internacional, que el día antes habíamos clausurado; cuando, dejando atrás la encantadora metrópoli, escenario de tantas maravillas, nos adentrábamos, muy de mañanita hacia el interior del país, extasiando la mirada con las vistas de esa pampa vuestra que, por lo majestuosa, lo solemne y dilatada, puede evocar la grandeza imponente del mar.
¿A dónde íbamos? A cumplir con un amable deber. La magna asamblea había sido un triunfo sin precedentes, y ese éxito, que, como en todos los casos de tan  compleja organización, podía depender de un detalle cualquiera de los que escapan al hombre, se lo debía, después de a Dios, a la Patrona oficial del Congreso, a la Pura y Limpia Concepción del Río Luján. Ante su imagen se había orado sin interrupción para que la patria, cuya bandera tiene los colores de su manto, fuera digna de su tradición. Y ella misma, dos fechas antes, había tenido la condescendencia de presidir el Día de la Patria,
que nos presenciamos, admirando de qué modo los dos grandes amores de toda alma noble, Dios y Patria, pueden fundirse armoniosamente, en el único culto verdadero. Íbamos a pagar a María Santísima su visita y a darle las gracias.
Y mientras ante nuestros ojos se desarrollaba silenciosa la calma del paisaje, recordábamos, primero, todo lo que de vuestra Patrona nos refiere la piadosa tradición, y luego la historia de aquel santuario, cuyas dos torres, como dos gritos de triunfo que suben al cielo, nos saludaban ya desde el horizonte. Fue Ella la que quiso quedarse allí, pero el alma nacional argentina había querido comprender que allí tenía su centro natural.
Y al entrar en aquellas espaciosas naves, al ver las banderas que Belgrano ganó en Salta o la espada que San Martín blandió en el Perú, al leer los mármoles que recuerdan la solemne coronación de 1887, o el reconocimiento de su patrocinio sobre las tierras del Plata, de 1930, al subir a aquel camarín, tan rico como devoto,, entonces, sólo entonces, nos pareció que habíamos llegado a lo más profundo del alma grande del pueblo argentino. Porque el pueblo argentino, como todos los pueblos cristianos, sabe -y vuestro Congreso actual o ha repetido- que el culto a la Madre de Dios, por Ella misma profetizado, cuando anunció Beatam me dicent omnes generationes (Lc 1,40), es un elemento fundamental den la vida cristiana.
Efectivamente, ¿Quién de los que por este mundo pasamos cargados del peso de tantas debilidades y expuestos a tantos peligros no tendrá necesidad de ayuda? Pues oíd al doctor Eximio, que os dice: tenemos  al Virgen, abogada universal para todo, porque es más poderosa en cualquier necesidad que los demás santos en las particulares (Suárez)
Honrémosla, pues, reconociendo el brillo sin par de su hermosura, los primores de su bondad y lo irresistible de su poder. Por la excelsitud de sus virtudes y por su dignidad incomparable de sumisión, reverenciémosla proclamando su grandeza, manifestándole nuestro respeto y pidiéndole su intercesión. Finalmente, imitémosla sin cesar en tan noble empeño, porque, para citar a un gran pontífice mariano, el inmortal León XIII, Dios, bueno y providente, nos presentó en María el modelo más acabado de toda virtud, y nosotros, atraídos por la misma afinidad de la común naturaleza, nos esforzamos más confiadamente en imitarla (Magna Dei Matris, 8 de septiembre de 1892)
El pobre mundo, como si quisiera retroceder veinte siglos hasta las aberraciones de la decadente sociedad  pagana, pone sobre sus altares los ídolos vanos de la lujuria, de la soberbia, de la codicia, y, como consecuencia natural, del odio contra todo lo que pueda disputarle su ración mezquina de placer, su miserable parcela de dominio o un agota que pueda apagar aquella que no es sed de agua, sino de metal. Vosotros, en cambio, queréis en este momento renovar vuestro vasallaje a la que es símbolo de toda pureza, Mater castissima, encarnación de la más completa humildad. Ecce ancilla Domini, y personificación del más total desprendimiento. Aquella que, como nadie, es Mater pulcrae dilectionis, ejemplar perfecto de caridad y de amor.
Prometed a María que os dedicaréis con todas fuerzas a conservar y favorecer la dignidad y santidad del matrimonio cristiano, la instrucción religiosa de la juventud en las escuelas y la aplicación de las enseñanzas de la Iglesia en la ordenación de las condiciones económicas y en la solución de la cuestión social. El ser fieles a la Iglesia en estos  puntos fundamentales y a la civilización cristiana, será hoy una prueba palmaria del verdadero y genuino amor a María y a su divino Hijo.
Prometedle también, de acuerdo con el espíritu del Congreso, profundizar cada día más en su devoción, que, si es la que debe ser, no podrá menos que conduciros a la aplicación integral de los principios y de las normas de vida cristiana , sin incurrir en el error de los que quieren visiblemente pavonearse, dándoselas de cristianos, y, al mismo tiempo, sostener aquellas doctrinas que o con el cristianismo son incompatibles.
Amantísimos hijos congresistas del 1er Congreso Mariano Nacional Argentino: Que el Dios de bondad y de misericordia acepte vuestros propósitos y que esta nueva serie de asambleas marianas que ahora inauguráis sea tan fecunda en frutos espirituales como l a serie gemela de asambleas eucarísticas; que María Santísima, según continuamente le rezáis, proteja vuestra Villa de Luján y vuestro pueblo argentino en sus diversas provincias; conceda igual protección a los hermanos del Uruguay y del Paraguay; mantenga a todos en la fe católica, a pesar de las maquinaciones de los incrédulos; os dé sacerdotes celosos de vuestra salvación, autoridades honradas y cristianas e inspire a todos fe, abnegación y caridad (Oración a Nuestra Señora de Luján); que la habéis invocado cantando ¡Oh Santa María,/Oh nuncio de paz,/de Dios eres Madre,/al mundo salvad!
Obtenga finalmente para el mundo una paz próxima, estable y justa, y que en este momento solemne, que tanto consuelo ha procurado a nuestro atormentado corazón de padre, las mejores bendiciones de lo alto desciendan sobre todos vosotros, sobre vuestro dignísimo Cardenal Legado, sobre todos nuestros celosos hermanos en el episcopado, con su clero y fieles, y con todos los países que ellos representan; sobre las autoridades, que, su cooperación y presencia, han querido contribuir al mayor esplendor de estas solemnidades, y sobre todo al amadísimo pueblo argentino, tan presente siempre en nuestro recuerdo y en nuestro paternal afecto.



Consagración oficial de la Argentina
al Inmaculado Corazón de María

Realizada en Luján
y en las Capitales de todas las Provincias
el 30 de noviembre de 1969.

A pedido de diversos grupos laicos y religiosos, con el invalorable apoyo de la oración de varias Comunidades de Monasterios Carmelitas, el Presidente Juan Carlos Onganía reiteró la Consagración anterior. Este Consagración, en razón de haberse hecho por decisión del gobierno temporal de la Nación y de todas las Provincias, se hado en llamar “oficial”. Tiene un valor especial para nuestra Patria porque la realizaron conjuntamente las autoridades temporales con las espirituales, algo que ocurrió en muy pocos países. Al igual que la Consagración a Jesús Sacramentado que hizo el Presidente Justo, fue un modelo perfecto en este sentido. Y así como en el 34 el Presidente Justo la leyó postrado ante el Sanísimo expuesto, el Presidente Onganía lo hizo arrodillado ante la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de Luján, en la Villa donde Ella fundó la Argentina. Tuvo,  además, algunas características importantes: La Consagración fue realizada por iniciativa del Presidente, por un decreto suyo y anunciada por los medios de difusión por él mismo, invitando a que todas las familias la realicen en el seno de sus hogares, como él mismo lo haría. En cada Provincia, el Gobernador realizó, el mismo día, la Consagración con los obispos de cada una de ellas. La hoy secular “Sociedad de Peregrinos a pie a Luján” organizó una peregrinación especial, a la que se unieron en General Rodríguez el Presidente de la República y el Gobernador de Buenos Aires, ambos con sus Ministros y una gran cantidad de peregrinos. 
La ceremonia tuvo lugar en la Plaza Belgrano, ante una multitud impresionante, encabezada por el Cardenal Primado y los obispos que no estuvieron en los actos provinciales, el Poder Judicial y todas las autoridades nacionales, los jefes de las tres fuerzas armadas, el Cuerpo Diplomático, y representantes de las diversas confesiones religiosas del país. Toda la Argentina fue unánime en esa decisión de entregarse nuevamente al Corazón Inmaculado de María.
La concelebración de la Misa fue presidida por el Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina, Cardenal Antonio Caggiano, quien dirigió una encendida homilía a toda la Nación. El Presidente se limitó a leer el texto de la Consagración, arrodillado a los pies de la Virgen:

“Madre de Dios: Señora de Luján, a quien nuestro Pueblo os llama también la Virgen de  Itatí; Madre del Nordeste argentino; Señora de Sumampa en Santiago del Estero y Virgen de Catamarca; Milagrosa Imagen de la Virgen en Santa Fe y Virgen del Milagro en Salta, ante Vos estamos aquí reunidos.
Nuestra bandera tiene el mismo color de vuestra túnica y manto. Nuestra historia os venera en sus dramas y en sus júbilos.
Virgen del Rosario, la Reconquistadora; Virgen del Carmen, patrona del ejército emancipador por voluntad del Libertador de medio continente, patrona del pueblo argentino y de sus regimientos militares; Virgen de Loreto, patrona de la Marina y la Virgen de la Merced, Generala de nuestro Ejército.
Nuestros próceres y héroes os invocaron antes de la batalla y después de la victoria. Aún se escucha la voz de San Martín, Belgrano, de Pueyrredón, de Güemes, de Lamadrid y de Díaz Vélez: ¡Salve Señora de Nuestro Pueblo! Es que es la Argentina de hoy y de siempre la que da carril y empuje a esta manifestación de fe. Fieles a Vos, leales al país y a nuestra historia, nos sumamos al testimonio de Fe que nos legaron los fundadores de la Patria y, conscientes de la responsabilidad que impone a todos esta hora del mundo, llegamos a Luján, pago y santuario entrañablemente nuestro, de todos los argentinos, para consagrar a Vuestro Inmaculado Corazón, Nuestra República y todos nuestros esfuerzos, implorando bendiciones por la grandeza de la Patria. Así sea".



Renovación de la Consagración de la Argentina
al Inmaculado Corazón de María.

realizada en Luján el 9 de diciembre del 2000
en ocasión  de Gran Jubileo.


Posteriormente, en el Año del Gran Jubileo del 2000, una cantidad enorme de firmas propiciaron una renovación que se hizo el 9 de diciembre en el Santuario Nacional, presidida por el entonces Presidente del  Episcopado y hoy Cardenal Karlic y una docena de obispos.



Consagración de la Argentina
a su Madre, Reina y Patrona,
la Santísima Virgen de Luján

realizada por el Papa Juan Pablo II
en la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires,
en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud
El Domino de Ramos 12 de abril de 1987.

Por fin, llegamos a la Consagración a Nuestra Señora de Luján, realizada en el segundo viaje del Papa Juan Pablo II a la Argentina, coincidiendo, providencialmente con el centenario de la Coronación Pontificia de la Sagrada Imagen.
Ya desde el momento de pisar el aeroparque de Buenos Aires, el Papa manifestaba:

“Estando ya en la Argentina, levanto espiritualmente la mirada hacia Nuestra Señora de Luján, Patrona de todos los argentinos. A Ella quiero consagrar vuestra vida actual y el futuro de los hijos de esta nación. Bajo su protección maternal, y en el nombre de la Santísima Trinidad, inicio esta visita de gratitud al Príncipe de la paz en esta bendita tierra argentina. Argentina, ¡que Dios te bendiga!”
                                                                                  
Fue el Domingo de Ramos 12 de abril de 1987. a Avenida 9 de julio de Buenos Aires se había ido colmando desde la noche, hasta sobrepasar en mucho el millón de personas. Esa multitud no sólo fue integrada por habitantes de nuestro país, a ellos se habían agrado millares de jóvenes peregrinos del mundo para la Jornada Mundial de la Juventud. Si a este hecho le agregamos la realidad de esta era de las comunicaciones, y tenemos en cuenta que dicha Jornada llegó, visualmente o en crónicas periodísticas a prácticamente todo el orbe, podremos decir que la Consagración de la Argentina a la Virgen de Luján fue realizada por el Sumo Pontífice “a la faz de la tierra”.

La presencia de la Santa Imagen auténtica no había sido programada por los organizadores. Fue expresa la voluntad del Papa su presencia, que le costó ver cumplida. Él quiso que presidiera esa Misa inolvidable de aquel Domingo de Ramos, cuando iba a arengar a la juventud mundial, consagrando en el mismo acto nuestra Patria:

“¡Venid, jóvenes! ¡Acercaos a Cristo, Redentor del hombre! Ese es el sentido que tiene vuestra presencia en la plaza de San Pedro en Roma, y hoy en esta gran avenida de la capital argentina. Es Cristo quien os atrae, es Él quien os llama. Y junto a Jesucristo, nuestra Madre Santa María, que ha venido desde su santuario de Luján para estar con nosotros. A Ella os encomiendo al final de esta celebración. Sé muy bien todo lo que Nuestra Señora de Luján significa para vosotros, jóvenes argentinos, como meta de vuestras peregrinaciones anuales, a las que concurrís en gran número, llenos de devoción a la Madre de Dios, con manifiesta generosidad y esperanza.”

Luego, así consagraba la Argentina el Papa Juan Pablo:

“Te encomiendo y consagro, Virgen de Luján
la  patria argentina, pacificada y reconciliada,
Las esperanzas y anhelos de este pueblo,
la Iglesia con sus pastores y sus fieles,
las familias para que crezcan en santidad,
los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación,
humana y cristiana,
en una sociedad que cultive sin desfallecimiento
los valores del espíritu.
Te recomiendo a todos los que sufren,
a los pobres, a los enfermos, a los marginados;
a los que la violencia separó para siempre de nuestra compañía,
pero permanecen presentes ante el señor de la historia
y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida.
Haz que la Argentina entera sea fiel al Evangelio,
Y abra de par en par su corazón a Cristo
Redentor del hombre, la esperanza de la humanidad”.